"Mi hijo salió con la mamada de que quiere ser youtuber"

 




(Historia larga, ácida, felizmente incómoda y brutalmente honesta)

Cuando mi hijo salió con la mamada de que quería ser YouTuber, casi se me sale el alma por la boca.

Estábamos comiendo, yo llegando de una jornada de 12 horas, ojeroso, cansado, con el cerebro a medio derretir, y este chamaco, con la frescura de un adolescente que cree que el mundo es un TikTok infinito, me suelta:

—Papá… yo quiero ser YouTuber.

Y yo… se me atoró el taco de frijol.
Le dije:

—¿Quéeeee? ¿Cómo que YouTuber, cabrón? ¡Yo aquí chingándole desde que amanece y tú quieres hacer videítos!

Me encabroné. Y no poquito… ME ULTRA ENCABRONÉ.

Porque uno tiene la idea metida en el ADN de que el éxito llega partiendo la madre:
trabajar duro, sacrificar fines de semana, horas nalga en la oficina, jefes nefatos, tráfico, estrés, regaños, trabajos extras… todo eso que te “construye carácter”.

Y este chamaco me sale con que quiere “monetizar” haciendo videos.
¡Videos!

Pero lo peor ni siquiera fue eso.
Lo peor vino después.

Cuando yo le expliqué —como buen padre mexicano disciplinado y traumado por la cultura del sacrificio— que “eso no es posible”, que “hay miles que lo intentan y solo tres sobresalen”, que “mejor piense qué estudiar para que le vaya bien en la vida”.

Y ahí… ahí el chamaco me dio un revés emocional que todavía me zumba.

Me dijo:

—O sea… ¿como tú, papá?

—¿Cómo que como yo? —le dije.

Y él:

—Pues sí, papá. Tú estudiaste un chingo. Estudiaste tu carrera, tu maestría, te desvelaste, trabajas fines de semana, pero… no ganamos más dinero. Siempre dices que “no alcanza”, que “ahora no se puede”, que “esperemos a la quincena”.
¿Eso quieres para mí? ¿Ser un adulto frustrado, cansado y enojado con la vida?

Mira…
Yo no sé si fue el coraje, el orgullo o la verdad golpeándome la cara como chancla de jefa… pero casi casi lo agarro de las orejas.

Pero no pude.
Porque el cabrón tenía razón.

Me dijo:

—¿Para qué estudiaste tanto? ¿Para tener el título colgado en la pared y seguir diciendo que no hay dinero? ¿Para presumir la maestría mientras no te alcanza para llevarnos a comer?

Chingazo número dos.

Yo ahí, mascando mi orgullo, respirando hondo para no levantarme de la mesa indignado.

Pero mi hijo estaba diciendo LO QUE YO MISMO EVITABA VER.

Y remató:

—Y luego ves a chavos de 20 años viajando por el mundo, ganando dólares, teniendo la vida que tú siempre dices que quisiste… y lo primero que dices es “son hijos de papi”.
Pues a lo mejor sus papás fueron más responsables que tú, ¿no?

Ese fue el madrazo final.
Ese sí dolió.
Porque era cierto.

Toda mi vida pensé que trabajaba “duro”, pero nunca aprendí cómo FUNCIONA el dinero.
Nunca aprendí cómo GANARLO fuera del empleo.
Nunca aprendí cómo INVERTIRLO.
Nunca aprendí cómo MULTIPLICARLO.

Solo sabía lo mismo que mis padres y mis abuelos:
“trabaja duro y algún día verás la recompensa”.

Pues ya tengo 48 años… y sigo esperando la recompensa.

Lo único seguro que tengo es cansancio, deudas y un afore miserable.

Mi hijo siguió hablando, y yo tenía un nudo en la garganta como si se me hubiera atorado la dignidad.

—Papá, esos chavos no tienen miedo de fracasar. Tú sí.
Ellos prueban, experimentan, fallan una y otra vez, pero no les da miedo porque todavía no están programados con el “poco pero seguro” que tú tienes tatuado en la frente.

Y ahí me quedé callado.
Porque la verdad es que mi “poco pero seguro” me tiene al borde de la pobreza si un día me corren del trabajo.
Mi seguridad es una ilusión que se puede desvanecer en una junta de 10 minutos con Recursos Humanos.

Mi hijo me mostró varios videos de chavos ganando miles, haciendo negocios digitales, automatizando canales de YouTube, creando contenido sin salir en cámara, vendiendo cursos, haciendo e-commerce…

Y yo, con mi superioridad moral de cuarentón educado a la antigua, solo dije:

—Son hijos de papi.

Y él me contestó:

—Pues a lo mejor sus papás no se quedaron como tú… creyendo que trabajar duro era suficiente.

Ese día me quedé pensando…

Yo siempre dije “quiero darle lo mejor a mis hijos”.
Pero no les puedo dar lo mejor si yo mismo no busco LO MEJOR para mí.

Estoy viejo para seguir creyendo en la misma mamada de siempre:
“trabaja duro y algún día te irá bien”.
Ya vi que no.
Ya me di cuenta que el trabajo duro no te hace rico.
Te hace cansado.

Hoy decidí buscar nuevas formas.
Porque estar en un empleo es como estar rentado en la vida: la casa no es tuya, el futuro no es tuyo, la estabilidad no es tuya.
Todo es prestado.

Y sí:
Tengo miedo.
Mucho miedo.
Miedo de fallar.
Miedo de hacer el ridículo.
Miedo de que me estafen.
Miedo de perder dinero.
Miedo de que mis compañeros se burlen.
Miedo de no entender el mundo digital.

Pero más miedo me da seguir igual.
Más miedo me da tener 60 años y seguir trabajando para sobrevivir.
Más miedo me da darle a mis hijos una vida mediocre por mis creencias pendejas.
Más miedo me da que mi hijo tenga razón.

Así que hoy empiezo.
Como sea.
Con miedo.
Con duda.
Con vergüenza.
Con lo que tenga.

Porque ya me cansé de no tener dinero para darle a mi familia la vida que quiero.

Porque ya no quiero sobrevivir cada quincena.

Porque ya no quiero ser el ejemplo de lo que NO quiero que mis hijos sean.

Porque el mayor fracaso sería seguir viviendo como vivo… solo porque tengo miedo de intentar algo nuevo.

Y tú dime… con la mano en el corazón:

¿Estás seguro de que tu camino es mejor que el de tu hijo…
o tu hijo ya entendió algo que tú todavía no quieres aceptar?

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