Autor: Marco Rubio, secretario de Estado de Estados Unidos
Hace cien días, las fronteras de
Estados Unidos estaban abiertas, mientras que China podía cerrar el
canal de Panamá en el momento que Xi Jinping lo decidiera. Nuestros
líderes parecían estar conformes con permitir que la violencia se
convirtiera en la norma permanente, desde Ucrania hasta Gaza, pasando
por nuestros propios recintos universitarios y la frontera sur. Desde
todos los puestos en el extranjero y oficinas en Washington, llovían
memorandos que describían lo que debíamos hacer, lo que no podíamos
hacer, pero no lo que era posible hacer.
Solo cien días después, el cambio ha
llegado. Desde la reorganización del Departamento para afrontar los
desafíos del siglo XXI, hasta la transparencia en la ayuda exterior, la
garantía de la salida de Panamá de la iniciativa de “la Franja y la Ruta”,
y la colaboración con socios regionales para deportar a inmigrantes
ilegales y designar a los cárteles despiadados como organizaciones
terroristas extranjeras, nuestro equipo ha demostrado que es posible no
solo admirar los problemas, sino también resolverlos. En el proceso, el Departamento de Estado está convirtiéndose en un mecanismo más reducido (en inglés), deseoso de cumplir con el contribuyente. Ya no hay oficinas como el antiguo Global Engagement Center
(Centro para la Participación Global), que pretendía censurar al pueblo
estadounidense. Ya no se pierden decenas de miles de millones de
dólares en contratos con ONG en el país y en el extranjero que con
frecuencia socavaban los intereses y la política exterior de Estados
Unidos. Y ya no estamos en los días en los que el mérito era relegado
detrás de las ideologías radicales y antiestadounidenses. Al consolidar
oficinas, eliminar burocracia, y asegurar una cultura en la que las
muchas voces talentosas del Departamento de Estado puedan oírse, nuestra
reorganización en curso hará que Estados Unidos tenga una política
exterior menos costosa y más eficaz.
El Departamento de Estado ha comenzado,
una vez más, a defender los intereses de nuestros ciudadanos en el
extranjero. Nuestro hemisferio es nuestro vecindario y no podemos
permitir que sea conquistado por un adversario. En mis primeros cien
días, realicé tres viajes a nuestro hemisferio, incluyendo a América
Central y el Caribe, donde recalqué que los esfuerzos de China por
controlar infraestructuras críticas amenazan a Estados Unidos y logré un
acuerdo para poner fin a la gestión del canal de Panamá por Beijing.
Transmití un mensaje similar a nuestros
amigos en Europa, dejando claro que nuestros amplios intereses comunes,
especialmente en la resistencia a la agresión china y al extremismo
islámico, son precisamente la razón por la que Estados Unidos no puede
permitirse cargar con la carga de todos los conflictos imaginables en
Europa. En la reciente cumbre de la OTAN a la que asistí, nuestros
aliados reconocieron la necesidad de aumentar el gasto en defensa no al 2
%, como se solicitó en 2017, sino al 5 %, siguiendo el ejemplo de
países como Polonia. Hubo un consenso en que poner fin a la guerra en
Ucrania beneficia tanto a los combatientes como a toda la alianza
transatlántica.
Durante mi estancia en Europa, también
dejé claro que, si bien nos unen una historia, una fe, una cultura y
unos intereses económicos comunes, la amistad no es una vía de sentido
único. Requiere honestidad cuando falta reciprocidad, y no solo en el
ámbito del gasto en defensa. Los esfuerzos por regular, excluir o
censurar a empresas estadounidenses afectan directamente a Estados
Unidos y plantean interrogantes sobre cuán comunes pueden ser nuestros
valores. Las políticas energéticas europeas también afectan directamente
a Estados Unidos, ya que hicieron que el continente dependiera del gas
ruso y expusieron las cadenas de suministro “verdes” al control de la
China comunista.
En África, Estados Unidos necesita una
política comercial, no de ayuda, y en los últimos cien días el
Departamento de Estado ha sustituido las ayudas por una firme
participación diplomática destinada a poner fin a los conflictos y
ampliar las oportunidades para las empresas estadounidenses. La semana
pasada, los ministros de Asuntos Exteriores de Ruanda y la República
Democrática del Congo se unieron a mí aquí en el Departamento de Estado
para firmar una declaración de principios para poner fin a una guerra
que se ha prolongado de una forma u otra durante más de veinticinco
años. En África, y en todo el mundo, nuestro mensaje es que, si bien
USAID puede que esté cerrada, Estados Unidos está abierto a los
negocios.
No hay interés estadounidense más
inmediato que la protección de nuestras fronteras. Tanto durante mis
viajes a la región como en docenas de reuniones bilaterales, he dejado
claro que la llegada de millones de extranjeros a nuestra frontera es
inaceptable. Los países extranjeros tienen la responsabilidad de impedir
que sus ciudadanos entren ilegalmente a Estados Unidos y el deber de
ayudarnos a expulsar a quienes ya se encuentran aquí. Estamos trabajando
con aliados regionales en Latinoamérica para lograr acuerdos que
permitan el regreso de sus propios inmigrantes ilegales, así como de
aquellos de terceros países. Y hemos dejado claro a países menos amigos,
como Venezuela, que negarse a recibir a sus ciudadanos constituye un
acto hostil. La colaboración es valiosa, pero la hostilidad será
castigada.
Fundamentalmente, el Departamento de Estado ha dejado claro que un visado es un privilegio, no un derecho. Bajo la política de “captura y liberación”
de la Administración Biden, a los inmigrantes indocumentados a menudo
se les otorgaba exención de cárcel tras ser arrestados por delitos como
violencia doméstica y agresión. Ahora existe una política de una sola
infracción: captura y revocación. Siempre que el Gobierno descubra a
inmigrantes indocumentados infringiendo nuestras leyes, tomamos medidas
para revocar sus visados. Se acabó la era de aprovecharse
despectivamente de la generosidad de nuestra nación.
Esto se extiende a los miles de
estudiantes extranjeros que estudian en Estados Unidos y abusan de
nuestra hospitalidad. Cuando Hamás, una de las organizaciones
terroristas más conocidas del mundo, lanzó su brutal ataque contra
Israel el 7 de octubre de 2023, asesinando brutalmente a más de 1200
inocentes y exhibiendo los cadáveres de bebés asesinados por las calles
de Gaza, la Administración Biden hizo muy poco para proteger a nuestros
ciudadanos judíos y al pueblo estadounidense en general de los
simpatizantes terroristas extranjeros que se encontraban entre ellos.
Permitieron que los edificios universitarios fueran invadidos por
matones violentos y que los estudiantes judíos fueran excluidos de las
aulas.
Ya no más. Según la Ley de Inmigración y Nacionalidad,
cualquier extranjero que “respalde o apoye actividades terroristas o
convenza a otros de respaldar o apoyar actividades terroristas o apoyar a
una organización terrorista” es inadmisible en Estados Unidos, y de
ahora en adelante, esa ley se aplicará estrictamente. El Departamento de
Estado ahora revisa información policial sobre aquellos estudiantes que
tienen un visado y cuando encontramos a quien haya apoyado a
terroristas o haya abusado de nuestra hospitalidad de otro modo, su
visado se revoca de inmediato.
Los terroristas están prófugos no solo
en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Con el apoyo incondicional del
Departamento de Estado de Estados Unidos, Israel ha debilitado a
Hezbolá en el Líbano y ha deshecho a Hamás en Gaza, dejando al grupo
terrorista al borde de la destrucción si no libera a sus rehenes y
depone las armas. Hemos reclasificado a los hutíes como lo que son: una
organización terrorista extranjera, y hemos dejado claro que quienes
perturben la libertad de navegación y comercio en el mar Rojo correrán
el mismo destino que los piratas de la historia. Irán, tras haber visto
las consecuencias que han sufrido sus aliados al desafiar a la nueva
Administración, busca ahora un acuerdo que les permita salvar las
apariencias a la vez que renunciar a su capacidad nuclear.
Me honra la confianza que el presidente
Trump depositó en mí y me enorgullece la labor que el Departamento de
Estado ha realizado durante los últimos cien días para implementar su
agenda y otorgar prioridad al pueblo estadounidense. Con una
reorganización inminente que impulsará el talento del Departamento de
abajo a arriba, el Departamento de Estado seguirá desempeñando un papel
fundamental para garantizar la seguridad y la prosperidad del pueblo
estadounidense durante los próximos cuatro años.
Marco Rubio prestó juramento como el
72.º Secretario de Estado de Estados Unidos el 21 de enero de 2025. El
Secretario está creando un Departamento de Estado que coloca a Estados
Unidos en primer lugar, “America First”.
Para ver el texto original, ir a: https://statedept.substack.com/p/100-days-of-an-america-first-state-department |
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