La política es la única profesión en la que se puede mentir, engañar y robar, y aun así ser respetado

 


Esta frase provoca incomodidad porque pone en palabras una percepción que muchas personas comparten, aunque pocas se atreven a decir en voz alta. No habla solo de la política como sistema, sino de la contradicción entre el poder, la ética y la responsabilidad. Nos invita a reflexionar sobre cómo, en ciertos contextos, las acciones que serían inaceptables en la vida cotidiana parecen normalizarse cuando se ejercen desde una posición de autoridad.

La política, en su esencia, debería ser un servicio. Un espacio para representar, proteger y mejorar la vida de los ciudadanos. Sin embargo, cuando se pierde el propósito y se prioriza el beneficio personal, el poder se convierte en un escudo que justifica mentiras, abusos y decisiones que afectan a muchos. Lo más preocupante no es solo que esto ocurra, sino que en ocasiones sea tolerado, olvidado o incluso aplaudido.

Esta frase también nos confronta como sociedad. Porque la existencia de líderes corruptos no solo habla de quienes gobiernan, sino de lo que aceptamos, normalizamos o dejamos pasar. El respeto no debería otorgarse por un cargo, sino por la integridad, la coherencia y los actos. Cuando el respeto se regala al poder y no al carácter, se distorsionan los valores.

Reflexionar sobre esto no es un llamado al cinismo, sino a la conciencia. A exigir más, a cuestionar más y a no confundir autoridad con moralidad. Porque una sociedad que aprende a pensar críticamente es una sociedad que reduce el espacio para la mentira y el abuso. Y el verdadero cambio comienza cuando dejamos de admirar el poder vacío y empezamos a valorar la honestidad, venga de quien venga.

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