Por: Víctor M. Quintana S.
Pocos días como el pasado 17 de febrero en Ciudad Juárez,
tal vez ninguno. La urbe violenta,
atemorizada de muchos años se eclipsó para que saliera la cara oculta de
compañerismo, solidaridad y tolerancia
que siempre ha estado ahí pero pocas veces emerge con tanta fuerza. La visita del Papa Francisco tuvo tanta
fuerza en la gente de esta frontera que
anuló los intentos de manipulación del gobierno
y minimizó los silencios del propio Bergoglio.
Para las y los católicos de estos rumbos el solo hecho de
que el Papa eligiera venir a esta ciudad, la más violenta del mundo durante
varios años, la que se dio a conocer por los feminicidios y los juvenicidios, fue ya un signo de predilección,
de acompañamiento paternal en medio de la sangre y de las lágrimas. Eso borró
totalmente los intentos desesperados del Gobierno o por construir la
representación de que en Juárez ya no pasa nada, que se superaron totalmente
aquellos años aciagos. Para el común de la gente Francisco visitó Juárez, no por sus
atractivos turísticos o históricos, ni por ser un ejemplo de prisiones
“certificadas”, como lo quiso presentar el gobernador, sino por ser un símbolo
del pueblo “sufriente y resistente” como expresó el primer papa
latinoamericano. Por eso a la mayoría se le quedaron grabados a fuego los
conceptos esenciales del pontífice:
En la reunión que celebró el Papa Francisco con el “mundo
del trabajo”, más bien con la clase
política y económicamente más poderosa; empleó como punto de referencia el
discurso de la obrera de maquiladora que denunció la explotación, los salarios
de hambre y las jornadas de trabajo que no dejan tiempo para la convivencia de
la familia. En unas cuantas frases resumió la doctrina social de la Iglesia
sobre la dignidad de la persona humana y el trabajo. Fustigó la subordinación
de las personas al lucro y al capital, así como el acoso laboral, los salarios
insuficientes, el trabajo esclavo. Ante un auditorio que le
aplaudíamayoritariamente pero que no era capaz de comprometerse con lo que el
papa decía, remató con las tres T,
pilares de la exigencia evangélica en la sociedad de hoy: trabajo digno, techo
decoroso, tierra para trabajar
En su sermón de la misa vespertina, Francisco estableció una profunda comunicación con los cientos de
miles de juarenses ahí presentes: retomó las lágrimas que lloraron ante una
ciudad que “se estaba autodestruyendo,
fruto de la opresión y la degradación, de la violencia y la injusticia”. Aunque
para algunos no nos resultó muy apropiada su comparación con Nínive la
pecadora, por caer en el estereotipo de las ciudades fronterizas como sitios de
perdición, la gente sintió que Francisco conecta con su sufrimiento, con sus
esfuerzos por seguir aquí la vida con dignidad. Conexión que se profundiza con
las denuncias papalesde las injusticias, las extorsiones, secuestros,
esclavización, que sufren los migrantes que dejan forzados sus lugares de
origen. Esta profunda comunicación del
pueblo juarense capturó al papa y lo
hizo llorar al ver “tanta esperanza de un pueblo tan sufrido”.
Lo mejor de esta visita estuvo a cargo del pueblo
juarense. El Papa le respondió con certeros y valientes mensajes de denuncia
general. Sin embargo, los silencios de Francisco, desalentaron a sectores muy
específicos: no se refirió a las desapariciones forzadas, por más que las
madres de las víctimas se dirigieron a él con consignas y leyendas en la valla
del recorrido papal. Dedicó sólo una línea al final de su discurso a los
feminicidios. No habló más claramente de las miles de
víctimas de la guerra contra el narcotráfico.
Así como hubo
silencios y ausencias, hubo también en Juárez omnipresencia: el Estado Mayor
Presidencial. Su lógica de control de población, como dice el Obispo Raúl Vera,
se impuso en todos los actos públicos y en la valla que le daba la bienvenida
al Pontífice. Para figurar en ésta en primera línea había que registrarse en un
sitio de internet, aportar datos como si se tratara de la credencial de
elector; comprar la camiseta y la gorra reglamentarias. Además, se saturó la ciudad
de soldados, de policías federales y estatales, contingentes que a le remueven a la gente la memoria de los años del terror:
nunca ha habido tantos asesinatos en Juárez como cuando el operativo de Felipe
Calderón invadió estos desiertos con las fuerzas federales. Todo esto hizo
que las vallas estuvieran flojas y con vacíos.
Controlar
férreamente a los de abajo y a los de en medio cuando querían hacerse presentes
y, a la vez, facilitar y privilegiar la entrada de los de arriba:
empresarios, políticos, clérigos, fue una constante en Juárez durante la visita papal. Pensando mal, con eso
se quería evitar que la indignación de las víctimas de Ayotzinapa, de la Guerra
Sucia, del modelo económico descartador, de la pederastia, abordaran a
Francisco. Lo cierto es que el de la sotana blanca siempre estuvo rodeado de
trajes negros, no sólo los guardias suizos o los del Estado Mayor Presidencial sino de los hombres y las mujeres del poder y
del dinero. En la reunión con “el Mundo del Trabajo”, dominaron los invitados
de la COPARMEX, aunque debemos reconocer que a dos mujeres y dos hombres
derechoshumanistas se nos asignaron sorpresivamente, los lugares más cercanos a
Bergoglio. Gracias a ello, Lucha Castro pudo poner en las manos del Pontífice
una carta de los campesinos barzonistas y varios dibujos de las hijas e hijos
de las víctimas de desaparición forzada.
Así, el pasado
17 de febrero, en esta ciudad, “epicentro del dolor”, como dice Javier Sicilia;
uno de los epicentros de la extracción de plusvalía en este país, la esperanza del sufrido pueblo juarense se
mostró más grande que la denuncia profética y la valentía del Papa Francisco.
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